Giramos en mitad de la tarde.
28 de febrero de 2014
25 de febrero de 2014
Tristeza
Esto es lo que me ocurre desde que he dejado la droga:
Tengo ganas de hablar sin constricción. Como de quitarme el corsé (ah, otro día cuento lo del corsé). De destarabicarme, que se dice cuando se trata de un niño o que digo yo por no hablar de euforia cuando se trata de mí.
He dicho ahora en otra ventana que "A mí me parece muy realista. Es ir quitándose de encima las tareas domésticas, enfrentándose a las mezquindades laborales, a las pequeñas fealdades de amigos o amantes, a las decepciones de la difícilmente construida pequeña ilusión, al insomnio y el cansancio del cuerpo, a las articulaciones humedecidas por la lluvia, a la factura de la luz, a las minucias cotidianas, en fin, lo que desgasta, engrisece, quita ganas" y me he puesto alegre de pronto. Es lo que tiene la parodia, que hace imposible volver a mirar con inocencia, sin distancia, sin doblez. Ahora todo eso, la factura de la luz, la mezquindad, las calles negras de hollín y lluvia de la infancia, carece de importancia. Hoy me han despertado a besos. Me han abrazado con timidez y arrobo. He sentido una nariz minúscula y fría en mis labios. Y tengo proyectos. Qué más da lo feo.
Cuando era pequeña oía la sirena de la fábrica y el ruido de los coches en los charcos, bajo mi ventana, en las mañanas de invierno. A la tristeza que puede imaginar un niño no alcanzará un adulto. Es tristeza pura, no egoísta, no producto de una situación personal. Es una tristeza del aire, de las fachadas. La tristeza de una tienda de telas con dependiente de nariz larga y roja (la luz es naranja), de una pared de cocina de azulejos blancos (la mujer deja el cuchillo y enciende un cigarro), de partido de fútbol radiado en un autobús iluminado que cruza la noche húmeda. La sospecha de que la vida pueda ser eso.
No me basta tampoco la otra ventana, la de brevedades. Al infierno.
A quien se aburra, que Dios lo ayude.
Tengo ganas de hablar sin constricción. Como de quitarme el corsé (ah, otro día cuento lo del corsé). De destarabicarme, que se dice cuando se trata de un niño o que digo yo por no hablar de euforia cuando se trata de mí.
He dicho ahora en otra ventana que "A mí me parece muy realista. Es ir quitándose de encima las tareas domésticas, enfrentándose a las mezquindades laborales, a las pequeñas fealdades de amigos o amantes, a las decepciones de la difícilmente construida pequeña ilusión, al insomnio y el cansancio del cuerpo, a las articulaciones humedecidas por la lluvia, a la factura de la luz, a las minucias cotidianas, en fin, lo que desgasta, engrisece, quita ganas" y me he puesto alegre de pronto. Es lo que tiene la parodia, que hace imposible volver a mirar con inocencia, sin distancia, sin doblez. Ahora todo eso, la factura de la luz, la mezquindad, las calles negras de hollín y lluvia de la infancia, carece de importancia. Hoy me han despertado a besos. Me han abrazado con timidez y arrobo. He sentido una nariz minúscula y fría en mis labios. Y tengo proyectos. Qué más da lo feo.
Cuando era pequeña oía la sirena de la fábrica y el ruido de los coches en los charcos, bajo mi ventana, en las mañanas de invierno. A la tristeza que puede imaginar un niño no alcanzará un adulto. Es tristeza pura, no egoísta, no producto de una situación personal. Es una tristeza del aire, de las fachadas. La tristeza de una tienda de telas con dependiente de nariz larga y roja (la luz es naranja), de una pared de cocina de azulejos blancos (la mujer deja el cuchillo y enciende un cigarro), de partido de fútbol radiado en un autobús iluminado que cruza la noche húmeda. La sospecha de que la vida pueda ser eso.
No me basta tampoco la otra ventana, la de brevedades. Al infierno.
A quien se aburra, que Dios lo ayude.
24 de febrero de 2014
Saltar la valla
No hay muro lo suficientemente alto.
(...) de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.
Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte roja
La imagen, de Guerra mundial Z
El vídeo que he visto esta mañana, tras aguantar la publicidad, y que no olvidaré, de El país:
http://politica.elpais.com/politica/2014/02/24/videos/1393245288_048141.html
12 de febrero de 2014
No estoy aquí
no estoy aquí
estoy en google vomitando por la borda
estoy en google aunque no estoy en google
estoy en google cuando leo un poema
un verso me recuerda otro y hacia él me dirijo
minimizo y olvido el anterior
que apenas he entrevisto sin amor
proceso sílabas de 20 en 20 sin oír
filtrando en busca de información esencial
o sea hipertextual, proliferante al infinito
y cuando encuentro el dato lo minimizo
o lo etiqueto para el futuro
pero nunca vuelvo
estoy en google y deseo que termine esta gran película
para buscar el nombre del actor y la fecha de su muerte
en el internet movie data base
actualizo mi lista de tareas en otras ventanas
o busco una reseña para recordar qué había dentro
de un libro
aquél
el que leí en una tarde y olvidé que había leído
nunca estoy aquí
soy la estela gaseosa de un cuerpo invisible
el fantasma que sólo se ve si no se mira de frente
soy la angustiosa intuición de un olvido
había algo, había alguien ahí
un ser
soy un latido que muere de camino
***
(y este poema era para Nacho
y este poema es de otro tiempo
de antes de facebook
de antes de twitter
de antes del whatsapp
inevitablemente
el mundo colapsará)
estoy en google vomitando por la borda
estoy en google aunque no estoy en google
estoy en google cuando leo un poema
un verso me recuerda otro y hacia él me dirijo
minimizo y olvido el anterior
que apenas he entrevisto sin amor
proceso sílabas de 20 en 20 sin oír
filtrando en busca de información esencial
o sea hipertextual, proliferante al infinito
y cuando encuentro el dato lo minimizo
o lo etiqueto para el futuro
pero nunca vuelvo
estoy en google y deseo que termine esta gran película
para buscar el nombre del actor y la fecha de su muerte
en el internet movie data base
actualizo mi lista de tareas en otras ventanas
o busco una reseña para recordar qué había dentro
de un libro
aquél
el que leí en una tarde y olvidé que había leído
nunca estoy aquí
soy la estela gaseosa de un cuerpo invisible
el fantasma que sólo se ve si no se mira de frente
soy la angustiosa intuición de un olvido
había algo, había alguien ahí
un ser
soy un latido que muere de camino
***
(y este poema era para Nacho
y este poema es de otro tiempo
de antes de facebook
de antes de twitter
de antes del whatsapp
inevitablemente
el mundo colapsará)
5 de febrero de 2014
1 de febrero de 2014
No hay vuelta atrás. Imposible corregir si el hilo se rompe, si se coagula la sangre, si la nube suena a cristal. El último recurso de quien desea seguir, sin fuerzas, con el aguanieve en la cara: improvisar y no poder corregir. Porque sea tarde, porque a la tarde se le olvidara dorar, porque la noche tejiera con bramante basto.
Nunca he dormido en un coy. Parecen una floración de larvas estos muchachos iluminados por el candil, y el rechinar de la madera se confunde con el fragor del mar.
Nunca he dormido en un coy. Parecen una floración de larvas estos muchachos iluminados por el candil, y el rechinar de la madera se confunde con el fragor del mar.
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