10 de abril de 2014

Ayer por la tarde

Ayer por la tarde aparqué junto a un cementerio desconocido.
Cuando regresaba hacia el coche por el camino en lo oscuro se me ocurrió, y se tensó el nudo-en-el-estómago, pero no le di importancia, que era extraño que nunca hubiera visto ese cementerio-barco con sus tumbas escalonadas. Tan hermoso. Sus bancales de muertos. La luz era la misma ahora de noche que cuando llegué de día. Ahogada, ligerísimos sepia y azul. Crepúsculo tan mate como temblor de gasa, soplo frontera de la sombra, frontera, salto, fino cabello de lo intocable. ¡Pero ahí estaba, podría zambullirme en él, qué intocable, podría zambullirme en él, podría zambullirme en él! Por la tarde había un colegio en su hora de gimnasia. Los niños sobre las lápidas, con sus pantaloncitos azules, hacían gimnasia muy serios y orgullosos, sus movimientos sin contundencia, romos, como si un dictador los estuviera observando. Unos metros más allá, aunque invisible, estaba el mar, que me daba ganas de llorar y tensaba el-nudo-en-el-estómago. No estaba sola, aunque no veía a nadie. ¿Quién iba? ¡Ah, de la interfaz! Parecía un sueño. Volvía de noche, digo, y tenía miedo, pero no demasiado. No sé de dónde venía ni a dónde iba y tampoco lo sabía anoche. No sabía nada, no sé nada, nada, no sé nada...
¡Recomienda este blog!