22 de julio de 2014

Cerveza

Ha dormido tres horas y, sin embargo, suena. Hay una especie de hilo, algo que une y no se rompe sin haber siquiera comenzado a existir, algo que va del aún no del todo oscuro pasado al entrevisto como sol en corriente tímido futuro y permite la existencia; cierta tensión, cierta no molicie absolutamente laxa charco somerísimo. Un paso entre una piedra y otra en el río, entre musgo y agua, una zancada. Y puede que haya sido el juego de esta tarde con su amigo, el que empezó con el camarero celoso que hablaba griego y terminó en un invernadero. Lo no esperable, lo descoyuntado bobo, lo surrealista. Su amigo pensaba en ello cuando mucho después dijo que le gustaba el absurdo. Pero ha dormido sólo tres horas y se siente débil y se promete una vez más no volver a cenar jabalí a medianoche. Es obvio que a su organismo le disgustan el puerco salvaje, al menos un puerco entero para cenar, y que beba directamente del tonel levantándolo con las manos cascadas regurgitantes. Sólo ha dormido tres horas. No. ¡No! Dentro de poco no podrá abrir sin ayuda la puerta del castillo si sigue así. Dentro de poco, si sigue comiendo jabalí tras jabalí y bebiendo tonel tras tonel de cerveza, perderá toda chispa, no podrá levantar vuelo un instante ni imaginar una historia, vendrá un gato cualquiera, le pedirá que se convierta en ratón y no verá la triquiñuela.
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