29 de abril de 2015

Abollarse

Trabajo en una oficina a ras de calle —ras, menuda palabrita: ¡RAS! Sigo—. Hay una plaza de aparcamiento a unos tres metros de mi mesa. No veo, porque el escaparate-cristal es opaco, pero oigo con gozo culpable el abollarse de la carrocería blanda de estos coches de hoy en día que son como de papel. Es un crujido lento y perfecto y no, no sé por qué tantos coches se estrellan tan, tan despacio al aparcar aquí, qué trampa mortal oculta esta plaza aparentemente inofensiva para las carcasas conchas de centollo satinadas de los cochecitos de hoy en día. Creo que es una esquina del aire.
Una esquina del aire.
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