24 de diciembre de 2019

Poema para el fin de siglo, Czeslaw Milosz

Cuando todo era bueno
y había desaparecido
la noción de pecado
y estaba lista la tierra
en paz universal
para consumirse y disfrutar
sin credos ni utopías,

yo, no sé por qué,
enredado en libros
de profetas y teólogos,
de filósofos y poetas,
buscaba respuestas
crispado, haciendo muecas,
despertando en mitad de la noche,
mascullando al amanecer.

Lo que así me inquietaba
era un poco vergonzoso.
Sería falta de prudencia
y de tacto hablar de ello.
Podría ser, incluso, un atentado
a la salud de la humanidad.

Ay, la memoria
que no quiere dejarme,
ni los seres en ella vivos
cada uno con su dolor,
cada uno con su muerte,
con su terror.

¿Y dónde estaría la inocencia?
¿En las playas de un paraíso terrenal?
¿En el inmaculado cielo
sobre la iglesia de la higiene?
¿Es acaso porque hace ya
tanto tiempo...?

Según un cuento árabe,
Dios dijo, con un poco de malicia,
a un santo:
“Si yo hubiera mostrado a la gente
el pecador tan grande que eres,
no te alabarían”.

“Y si yo”, respondió aquel hombre pío,
“les mostrara lo compasivo que Tú eres,
no pensarían más en ti”.

¿A quién podría hablar
de este sombrío asunto
del dolor y la culpa
en la arquitectura del mundo,
si tanto aquí abajo
como arriba en las alturas
no hay poder que refute
la causa y el efecto?

No pienses en ella, no recuerdes
la muerte en la cruz,
aunque cada día Él muera,
el único, el todo amor,
el que concibió y permitió
que todo lo que es exista,
hasta las garras de tortura.

Absoluto enigma.
Intrincada concepción.
Mejor dejar aquí la charla.
Este lenguaje no es para la gente.
Benditas sean la alegría,
las vendimias y las cosechas.
Aun si no todos tenemos paz.



Czeslaw Milosz, en mi versión cero polaco, interpretación, pobre intento

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