15 de febrero de 2020

Una misma savia

Resulta que una misma savia resurge cada primavera. Son los árboles y las flores.

Resulta que nadie que goza es viejo. Son los fantasmas y los abrazos. A veces resulta que un jugo que nunca se secó fluidifica sin pausa el tono de una frase como la mácula de sangre persiste en impregnar la llave de Barbazul. El goce deja huellas. Deja zapatos de cristal, anillos muy estrechos que no le andan a ninguna criatura de este mundo. Hay que recoger sin descanso pruebas que se parte a extraer en el subsuelo de la tierra y la sombra de la historia. Es el baldío encantado.

Sobre lo anterior, Pascal Quignard

14 de febrero de 2020

Soledad. 
¿No la quieres? Rasga.
Dadme una cuchilla y veréis mi sangre. 
Para verte, te rasgo. 
Para que me veas, me rasgaré. 

Lenguas brotan.

6 de febrero de 2020

Hojas sueltas

Encontré unas hojas sueltas.
No había entre ellas unidad ni nada especialmente interesante que justificara guardarlas entre las hojas de un libro.
Un párrafo sobre que el escritor rompe el género con alusiones a Banville que en su momento puse en facebook.
Una clave para mí misma: recordar a las adolescentes, las de la virginal pasión. Y sí, recuerdo esa idea.
Una cantante que iba sobrada mientras que las dos que había a sus lados estaban demasiado ocupadas en cantar bien para ser expresivas. Las voces de los niños, angélicas por su pureza. Pureza e inexpresividad, que van unidas. Es necesario el pecado. La voz de un niño es ultraterrena. No vida: ángel. Cantar bien es dar vida.
Y un libro maléfico. Odiado. Irritante. Un libro para adolescentes con mensajes morales llenos de maldad. En el kitsch se esconde el diablo. Lo recuerdo bien, era sólo 2014. No recuerdo su título ni el nombre de su autora, afortunadamente. Un engañabobos nauseabundo.
Por fin entendí que eran las tres primeras hojas de una libreta abandonada y las había arrancado para empezarla de nuevo.
A la basura van.

También encontré una hoja de uno de esos blocks de notas de hotel, con fecha del 30 de marzo de 2019. Había cumplido un ritual bajo una luna de pináculos que vertía su leche.
«Abro un ala con ruido de lona.
Luego la otra. Las despliego.
Alguien se asusta.
Toma por ferocidad
mi gozo y determinación.»
Recordé entonces, al leer, que aquella misma tarde, antes, cuando salía yo, había sentido tu tristeza hondísima por vez primera. Incluso te pedí perdón. Entonces fue, me digo: cuando rebosaba yo.
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