30 de agosto de 2022

Demontre de bichos

La reina emerge de su largo sueño, mira en torno, se despereza un poco cursimente en su nido de amor. Su nido es de amor, sí, aunque no recuerde el nombre de sus amantes. Se pinta las uñas de los pies, toca el piano, se quita el chándal, se pone una bata de encaje a juego con el camisón, sin ropa interior, y empieza, a pelo, sin un grito, sin ayuda, a parir. Uno tras otro. Pare hijos que crecen a velocidad de vértigo, que crecen mientras aún su madre sigue pariendo hermanitos, y los mayores, al menos, se meten todos a la construcción. De peones, sin especialización. Creo. No estoy segura. Cortan la madera que da miedo: la arrancan, más bien, de los árboles, sin hachas ni nada. ¡Con la boca! Y miedo darán, pero lo hacen todo bien: albañilería, grifería, electricidad. Todos se ponen con urgencia a construir sus habitaciones, para ellos y sus hermanos y hermanas, todas hexagonales en un estilo brutalista, futurista sin tecnología avanzada. Y la mamá, la reina, venga parir. Pare al mismo ritmo al que se crean las habitaciones, como si pariera habitaciones, todas individuales. En cierto momento, dos hermanas se pelean por la habitación con ventana, pero es una pelea ridícula con aguijones infantiles y se olvidan en seguida. Son buenos niños, en realidad. Las neñas más peligrosas cuando se enfadan. Pasa el tiempo, no sé cuánto, y resulta un poco aburrido de pensar, así que nos lo saltamos. Es agosto. La canícula. Camina por debajo de una rama Ramón de Josefa, que viene de la huerta que tiene fuera de la aldea, detrás cel prado que llaman la Peral. Va pensando en su mujer, que anda rara, cansada. Tiene miedo de que enferme. Nota algo en la oreja, que es grande y abierta, y roja como una vidriera de carne porque está el sol detrás, y le suelta un zambombazo a ese algo que tenía allí molestándolo. Demontre, dice. ¡DEMONTRE de bicho! Inmediatamente nota que se le pone la piel tirante, la hinchazón misma nota, y dice: Avispa. Demontre de avispa. ¿La habrá matado o volverá? Y mira atrás y ve venir un pequeño grupo de valkirias, dando alaridos, con las cejas hirsutas y la lanza en ristre. ¡Mierda! Así que tira la fesoria al suelo y echa a correr a ver si llega a casa Donato a tiempo. Ve la casa de Donato en la colina, se ve a sí mismo y a los terminators esos desde afuera como en un cuadro de Patinir. Jadea, dice ay Dios que me matan. Pero no lo matan. Llega a casa Donato, entra y cierra la puerta, las dos hojas, la de arriba y la de abajo, y corre a la cocina para cerrar la ventana, si estuviera abierta, y lo está, así que la cierra. Y se pone a pensar. ¿Y si ahora están enfadadas y van a buscar en quién vengarse, su mujer, o donato o el perro? Ay, qué mala suerte.



¿Continuará? Seguro que no.

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