18 de septiembre de 2015

Fracasados

​Puesto que en nuestro entorno se nos consideraba fracasados tanto si teníamos trabajo como si nos despedían, nosotros mismos empezamos a considerarnos fracasados.

(...)

El fracaso se nos antojaba tan corriente como respirar. Era nuestro denominador común, al igual que la confianza. Y sin embargo, cada uno de nosotros aportaba su propio granito de arena: el propio fracaso. En este fracaso, cada uno de nosotros se había forjado una mala imagen de sí mismo, una imagen salpicada de arranques de engreimiento atormentado.

Herta Müller, La bestia del corazón

16 de septiembre de 2015

Bofetadas

Decía que no podía tener hijos por el dinero. Porque eran muy caros. Le di una bofetada que la despeinó, pero no cayó al suelo. Siguió diciendo: piensa lo que quieras, pero es así. Son demasiado caros. El colegio, ¿sabes lo que te cuesta al mes? Le di otra bofetada y quedó de rodillas. Se levantó no del todo indignamente y se estiró la blusa. Tengo problemas para describir estas cosas porque no sé de marcas (no me importa, la verdad, esos escritores que parecen un catálogo de marcas me asquean), pero ella iba llena de cosas caras. Muy modernas y muy caras. Yo lo quiero llevar a un colegio de un pedagogo antillano que tiene un sistema de enseñanza que promueve la... Plaf. Esta vez no cayó tampoco. Se quedó unos segundos en silencio con el pelo sobre la cara y luego se lo apartó y se limpió la nariz con el dorso de la mano, aunque no tenía nada que limpiarse. Yo me estaba distrayendo de la rabia y empezaba a adoptar una postura estética. La próxima, a lo Gilda, me decía. Volvió. Que si viajes a Estados Unidos, que si clases de tenis, que si estos niños todo lo quieren de marca ahora porque sus amigos entonces le cayó otra que le dio la vuelta y la dejó sobre sobre rodillas y manos. Los collares hicieron algo parecido al movimiento ondulante de un chal de flecos. Yo que sé. Ya tenía el lado izquierdo de la cara rojo como un tomate porque yo siempre doy con la derecha. No me voy a arriesgar a experimentar con la izquierda y que me pase como en los sueños que quieres pegar fuerte y sólo acaricias o como cuando quieres escupir a alguien, pero en el último momento dudas y te cae un poco de saliva en la pechera. En total, que fue divertido. Por supuesto, ella siguió repitiendo lo mismo, incluso cuando la arrastré al barrizal y les dije a los niños que le saltaran encima. Sacaba la cabeza y decía ¡Un hijo te cuesta un millón de euros! y los niños venga jugar a escalarla. Nos fuimos y se quedó allí sola repitiendo que mejor no traer niños a un mundo horrible como éste, deshumanizado y sin valores ni creatividad. En el último momento se le acercó un perro y se puso a olisquearla.

12 de septiembre de 2015

Miedo y vértigo

El miedo y el vértigo van juntos. Por eso hay que detenerse ante el miedo, porque hay movimiento en el miedo, proyección siempre en el miedo, una atracción en el miedo. Si nos detenemos, si anulamos el futuro, el tiempo, el miedo no existe.
Me quitaron una vez el miedo diciéndome que no existía. Que era boba. Que no existía. "¡Fuera, miedo! Vete. No existes."
Felicidad de lo fácil. Quiero hacer eso con todo. "¡No existes, fuera, imbécil, aparta de mi camino!"

9 de septiembre de 2015

Restos hasta el hartazgo

Aun mientras voy escribiendo siento el caballo embridado que levanta el lomo de alegría y quiere correr y jugar, pero he de calmarlo, he de decirle que se enfríe, susurro, que se enfríe, susurro a su oído con una mano acariciando en amplio abanico lento su cuello poderosísimo. Sé tanto de haberlo visto en películas y leído en libros.
Cómo pretendéis que olvide todo lo que sé de las películas y los libros. No puedo. Forma parte de mí la manera de acariciar un caballo tumbándome hacia adelante y abrazando su cuello poderoso. Es tan mío como que venga una olita pequeña y sin provocar la menor desesperación derribe mis fortines de arena convirtiéndolos en cosa blanda y siga yo con mi paleta añadiendo arena mojada que se desmorona rezumando para hacer entonces una montaña en vez de una muralla. Así de mío es tirarme hacia adelante y susurrar y abrazar con los brazos enteros, fíjate bien, no mezquinamente con las manos, abrazar con todo el cuerpo, el cuello de mi caballo, aunque yo nunca haya montado en caballo, que soy de ciudad grande y las únicas bestias que he montado no tenían cuatro patas. Que una vez me subieron a un burrito gris casi blanco y se me desbocó por el camino del río transparente, y nos saludaban los niños de uniforme a los que rebasábamos.
Vais comer restos hasta el hartazgo.
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